Wednesday, March 12, 2014

La Magia de las Ciudades Perdidas (2008)



La Magia de las Ciudades Perdidas
Por Scott Corrales

“...las ruinas se elevaban sobre una línea que separaba, y que ocultaba mutuamente, los costados oriental y occidental de los Desiertos del Sur. Durante épocas pasadas, cuando estaba viva y próspera, dominaba perfectamente el norte de dicha región, y ahora, los restos masivos de las fortificaciones atestiguaban que los habitantes eran conocedores de su valor estratégico. Según las leyendas conservadas en el Saber de Kevin, los habitantes habían sido belicosos, y necesitaban su localización estratégica. Lord Calindrill había traducido su nombre como “plaza maestra” o “desolación de enemigos”. Las leyendas dijeron que durante siglos, Doriendor Corishev había sido la capital de la nación que vio nacer a Berek Mediamano”.

-- Steven R. Donaldson, Las Crónicas de Covenant el Incrédulo (1979)


El concepto de las ciudades perdidas es algo que apetece poderosamente a la mente occidental, ya que conjura la imagen de ruinas antiquísimas cubiertas de lianas y vegetación selvática, o enormes propíleos que sobresalen de las arenas de algún desierto inexplorado. En las ciudades perdidas yacen tesoros olvidados por la mente del hombre o, muy al contrario, culturas plenamente vivas de naturaleza beligerante o pacífica que se aisló voluntariamente del flujo de la civilización humana, representando una fuente de peligro y oportunidad para el aventurero o explorador. Por supuesto, las ciudades perdidas en el mundo real tienen mucho más en común con yacimientos arqueológicos como Angor Wat, Ebla o hasta la misma Troya que aquellas que nos ocuparán en este trabajo.

Al paso que se encogían las distancias durante el siglo XIX y los exploradores rebasaban las fronteras de lo desconocido, resultaba necesario hacer que la ciudad perdida y sus tesoros fuesen cada vez más remotas. Los autores de ficción como Julio Verne optaron por poner sus sueños a buen recaudo, ocultando sus ciudades perdidas debajo de la corteza terrestre en Viaje al centro de la tierra (1864). Su colega británico, H.Rider Haggard, envió a su protagonista Allan Quartermain al corazón del Africa inexplorada en pos de Las minas del rey Salomón (1885). Ambas corrientes novelescas se vieron inspiradas, en cierto grado por los escritos de un apasionado creyente en la “tierra hueca”, el norteamericano John Cleves Symmes, cuya novela Symzonia (1820) describía una sociedad tecnológica muy adelantada bajo la nieve y el hielo de la Antártida.

Pero mientras que la ciencia y la ciencia-ficción se empeñaban en presentarnos dos clases distintas de ciudad perdida, la tradición esotérica y la criptoarqueología amparaban su propia variedad de ciudades prohibidas, accesibles sólo a los iniciados – o a los desventurados que se internaban en ellas por casualidad.


En pos de la ciudad de Iarchas

“En cuanto a Arellarti, nuestras leyendas cuentan varias historias acerca de una ciudad perdida en ruinas dentro de Kranor-Rill. Se dice que la ciudad fue construida hace mucho por los Rillyti, y que aún utilizan sus desmoronadas estructuras para sus rituales obscenos...”

--Karl Edward Wagner, Bloodstone (1975)


Apolonio de Tiana fue un filósofo y matemático que vivió en el año 17 de la era cristiana. Seguidor de la tradición pitagórica y contemporáneo de Jesús, se consideró que este pensador oriundo de Capadocia también era divino y que disponía de poderes paranormales. Se construyeron templos en su honor en todas partes del imperio Romano después de su muerte y algunas ciudades llegaron a acuñar monedas cuyo obverso portaba la imagen de Apolonio.

Este intrigante personaje merece su fama por sus viajes a todas partes de la cuenca del Mediterráneo, Etiopía, Asiria y la india. Regresó al imperio Romano después de sus viajes haciendo gala de algunas de sus dotes paranormales, particularmente después de haberse afincado en Efeso (en la actual Turquía) para inaugurar su escuela. En aquel momento, la ciudad estaba siendo arrasada por la peste, y el filósofo pitagórico mandó a apedrear a un mendigo que era en realidad un demonio con aspecto humano. Cuenta la tradición que los efesios se ensañaron contra el supuesto culpable, literalmente cubriéndolo de piedras. Cuando se hizo el esfuerzo por sacar el cadáver del mendigo del montón de piedras, no encontraron absolutamente nada, y la peste acabó enseguida.

Pero lo que nos interesa no son los supuestos milagros de Apolonio, sino su búsqueda de la “ciudad de los dioses” durante sus viajes en las Himalayas. Fue acompañado por Damis, su fiel aprendiz, que Apolonio llegó a la ciudad de Iarchas. Los historiadores se han esforzado por identificarla—sin éxito—con algunas de las ciudades helenísticas fundadas por Alejandro Magno en el Punjab. El mismo Apolonio dijo lo siguiente sobre esta urbe: “He visto hombres que viven en la Tierra pero que no son de nuestra Tierra, que están defendidos por todas partes pero que carecen de defensas, y que no tienen nada más allá de lo que poseemos nosotros mismos”.

La leyenda nos dice que cosas extrañas comenzaron a suceder al paso que Apolonio y Damis se acercaban a su destino. El camino que habían seguido se desvaneció y el paisaje adquirió un aire surrealista. Se les llevó hasta el gobernante de la ciudad (a quien se le identifica en algunas versiones como Iarchas) y se les dijo que habían llegado al reino “de los hombres que lo saben todo” y pudieron apreciar una serie de maravillas, como una maqueta del sistema solar construido bajo el domo de zafiro de un templo, así como levitaciones impresionantes. El maestro y su aprendiz cenaron con el regente epónimo de la ciudad, siendo atendidos en todo momento por cuatro autómatas; la noche se convertía en día mediante el uso de “piedras luminosas” y Apolonio se quedó pasmado al ver que unas “ruedas vivientes” transportaban mensajes de los dioses a los habitantes de la urbe. Siendo geómetra, resulta perfectamente comprensible que el filósofo griego estuviese fascinado por el hecho de que la ciudad de Iarchas “se encuentra en la Tierra, pero a la misma vez, fuera de ella”.

Los cronistas nos informan que Apolonio obtuvo poderes considerables tras su estadía en la “ciudad de los dioses”, notablemente el don de poder “sacar fuego del éter” y el don de la ubicuidad. Personas que presenciaron sus milagros lo atestiguaron durante el juicio celebrado a Apolonio en el reinado de Domiciano. Se supone que el filósofo haya mirado al emperador y le haya dicho: “Podrás apresar mi cuerpo pero nunca mi espíritu, y de paso, ¡tampoco mi cuerpo!” desapareciendo acto seguido en un gran destello de luz, cuya brillantez fue aún mayor debido a que Domiciano había mandado pulir los mármoles de su palacio como si fuesen espejos, para impedir que lo apuñalasen a traición. Y resulta curioso que todas las fuentes concuerden en un hecho concreto: el 16 de septiembre del 96 d.c., mientras que Apolonio dictaba una conferencia en los jardines de Efeso, repentinamente quedó callado y su semblante se vio torcido por una ira indescriptible a la vez que exclamaba: “¡Maten al tirano, mátenlo!” Posteriormente, volvió a mirar a su sorprendido público para decir: “¡Albricias, ciudadanos de Efeso! El tirano ha sido asesinado hoy mismo en Roma”.

La vida de este singular personaje ha sido interpretada de varias maneras: para los teósofos, y especialmente para George R. Stow, biógrafo de Apolonio, el pitagórico es un “maestro espiritual” y una de las muchas caras del conde de St. Germain; Jacques Bergier sugirió que Apolonio había tenido contacto con extraterrestres; otros opinan que este taumaturgo del siglo I d.c. logró acceder a un extraño depósito de sabiduría oculta, posiblemente ubicado en otra dimensión de nuestro propio mundo.

La capital olvidada de los Hsiung-Nu

A cada mano surgían las lúgubres reliquias de otra época olvidada: enormes fustes truncados cuyas cimas melladas llegaban hasta el cielo; largas rectas de murallas desmoronadas; enormes bloques caídos de piedra ciclópea; deidades astilladas cuyas horrendas facciones habían sido medias borradas por la erosión del viento y las tolvaneras...

-- Robert E. Howard, “El coloso negro” (1933)





Mientras que la misteriosa ciudad de Iarchas pudo haber existido “más allá de los círculos del mundo” (para pedir prestada a J.R.R. Tolkien su evocadora frase) también podemos suponer que muchos iniciados potenciales hayan perdido el pellejo tratando de buscarla. Sin embargo, existen otras ciudades perdidas en el centro de Asia que gozan de un aura de misterio igualmente poderoso.

Extendiéndose desde la cuenca del Tarim hasta el enigmático desierto del Gobi, Asia central es considerada por muchos – entre ellos los historiadores Roy Chapman Andrews y Henry Fairfield Osborne – como la cuna original de la humanidad. Durante su exploración de esta enigmática región, Andres encontró los restos prehistóricos de árboles, follaje y crustáceos de agua dulce, apuntando a una época remota en que había agua y vegetación en abundancia. Su expedición también halló los restos de un esqueleto humano de dos metros de estatura, identificado como un “protomongol”.

El controvertido autor italiano Peter Kolosimo causó furor entre los entusiastas de la criptoarqueología y los estudiosos con su libro “Timeless Earth” (1968) en donde el autor nos informa que la cultura de los Hsiung-Nu no tenía nada que ver en absoluto con los hunos que devastaron Europa en el siglo V de nuestra era. Lejos de ser salvajes al galope, los Hsiung-Un tenían una cultura bastante avanzada que rendía culto a las estrellas y cuya capital se localizaba en las desoladas regiones de la cuenca del Tarim (a poca distancia de la instalación de pruebas nucleares de Lop Nor en la republica china). Los puntos de contacto entre esta civilización y la desparecida cultura de los mitanni eran más estrechas que con otros pueblos asiáticos. La mayoría de los textos de historia aportan poco sobre esta raza olvidada. Uno de ellos nos dice escuetamente que “según algunos investigadores, los hunos eran descendientes de los Hsiung—Un, un pueblo siberiano que se asentó entre el lago Balkhash y Mongolia en el siglo IV a.c.” . Un mapa nos muestra que la extensión de este reino llegaba hasta las fronteras de Corea, aunque el mismo mapa nos indica que la “residencia del jefe de los Hsiung-Un estaba en las riberas del río Ongin en Mongolia. En el 209 a.c., Mao-tun se convirtió en emperador de los Hsiung-Un e hizo que China le pagara tributo.

Según Kolosimo, el padre Duparc, un explorador francés, llegó a las ruinas de la supuesta capital de los Hsiung-Un en 1725, hallando una serie de monolitos que aparentemente habían formado parte de un adoratorio. Otros descubrimientos incluían una pirámide de tres escalones y un palacio real “con tronos adornados con imágenes del sol y la luna”. Las expediciones posteriores encontraron joyas, armas y adornos, pero no encontraron las ruinas vistas por Duparc, ya que estas habían desparecido debido a la acción de las tormentas de arena. Un equipo de investigadores soviéticos llegó a la región en 1952 y descubrió la punta de una estructura monolítica parecida a los monumentos de Zimbabwe en el sur de Africa. De acuerdo con los textos tibetanos examinados por los sabios de la expedición rusa, la ciudad sin nombre de los Hsiung-Un había sido destruida por un “cataclismo de fuego” que arrasó con la civilización y redujo sus sobrevivientes al barbarismo.

No obstante, la relación entre los Hsiung-Un históricos y los creadores de las ruinas misteriosas parecen ser pura coincidencia. Es muy posible que los avanzados pobladores de la arruinada ciudad de la cuenca del Tarim tuviesen más en común con los “tocarios” de las crónicas antiguas, y cuyas momias fueron halladas en 1997 cerca de la ciudad china de Urumchi. Es posible que las exploraciones petroleras que toman lugar actualmente en el desierto del Takla Makan puedan aportar más información sobre esta civilización olvidada y su misteriosa ciudad. Existe una oportunidad valiosa en el uso de dispositivos de detección a distancia como el SIR-CX-SR, desplegado por primera vez en el trasbordador Discovery en 1994 para discernir las estructuras ocultas a lo largo de “la ruta de la seda”. Este sorprendente sistema radárico es capaz de descubrir objetos enterrados en la arena hasta 3 metros de profundidad. Se utilizaron dispositivos semejantes para localizar con la ciudad perdida de Ubar en el Hadramaut (entre Yemen y Omán en la península arábica).

La ciudad negra

El desierto del Gobi es un crisol de ciudades perdidas y civilizaciones desconocidas. A miles de kilómetros de la cuenca del Tarim y la ciudad de los Hsiung-Un se hallan las ruinas de Kahara-Hot, “la ciudad negra y muerta” del Gobi, destruída por la magia.

Los expertos afirman que Khara-Hot fue la ciudad más antigua del Gobi, situada en las riberas del rio Ezen y a la sombra de la cordillera Altai, añadiendo que se trataba de una población mayormente china encargada de esparcir la cultura del imperio celestial entre los salvajes del norte a partir del s. II a.c. La historia ortodoxa agrega que el imperio de Shi-Shia, regido por los tángutos, controló la urbe por dos siglos hasta que Genghis Khan volvió a retomarla. En 1372, Khara-Hot acabó siendo destruida por los ejercitos de la dinastía Ming.

Pero otras fuentes sugieren que la ciudad negra tuvo un fin menos prosaico. La pujanza de su gobernante, Khara Bataar Janjin (“el héroe negro con palabras de magia negra”) levantó la cólera del emperador chino, quien le declaró la guerra y asedió a Khara-Hot. El “héroe negro” preparó a sus caballeros para una última embestida contra los chinos, parecida tal vez a la carga de Théoden y Aragorn durante el sitio del Abismo de Helm en Las dos torres de Tolkien. Pero la hija de Janjin le suplicó que no lo hiciera y que permitiese la entrada de los chinos por una de las puertas de la ciudad mientras que el héroe y sus tropas salían por otra.

Khara Bataar Janjin salió con sus tropas según lo convenido, pero mientras que lo hacía, el caudillo pronunció las “palabras negras” que causaron la transformación de todo el paisaje circundante. Todos los seres vivos murieron; los árboles se desplomaron y surgieron tormentas que anegaron la región en un mar de arena, enterrando al héroe-mago y los suyos para siempre. Los chinos quedaron horrorizados al ver que la región – otora boscosa y llena de pastizales – no era más que un desierto. Lejos de penetrar la ciudad y saquearla, los ejércitos del emperador huyeron despavoridos.

Con el paso de los siglos, se han hecho intentos por recuperar el tesoro de Khara-Hot, pero la tradición insiste que cortinas de fuego se alzan de las arenas para impedirlo. Durante siglos, chamanes y lamas tibetanos intentaron vencer la maldición de las “palabras negras” proferidas por Janjin, intentando rescatar el tesoro de un millón de onzas de plata perdido bajo las arenas.

No fue hasta 1909 que el explorador ruso Piotr Kozoloff logró franquear las defensas de Khara-Hot para hallar una bóveda llena de objetos de culto, bajorrelieves y manuscritos antiguos...pero nada de tesoro. ¿Será que la magia del “héroe negro” sigue protegiendo su tesoro?


¿Una ciudadela para el preste Juan?

La misma incertidumbre histórica que aflige a la arruinada ciudad de los Hsiung-Un en el desierto se aplica también, en cierto modo, al preste Juan.

Una de las grandes leyendas de la baja edad media se refiere a las embajadas supuestamente provenientes “del reino del preste Juan”, trayendo obsequios y cartas tanto a los estados pontificios como a otros reyes de la época. En el 1165 d.c., el emperador bizantino Manuel Cómneno recibió una misiva de un lejano príncipe conocido solo como el preste Juan, quien alegadamente recibía “el tributo de 72 reyes” y que también era “un cristiano devoto que protege a los cristianos en todas partes de nuestro reino”. En la era de las Cruzadas, mientras que los reinos cristianos de levante se veían empujados inexorablemente hacia el mar ante el empuje de los musulmanes, la novedades de un poderoso aliado cristiano fueron recibidas como agua de mayo. Se hicieron intentos múltiples por localizar su reino: Algunos dijeron que el preste Juan se encontraba más allá de la India; otros afirmaban que vivía en el Cáucaso. Los cartógrafos que colocaron en sus portulanos la figura de un monarca con cetro en la actual Etiopía fueron los que salieron ganando, y el “reino del preste Juan” se convirtió en un dominio mágico salido de los cantares de gesta del momento, situado en lo alto de las míticas montañas en cuyas laderas nacía el Nilo.

Cuando los viajes de Marco Polo comprobaron sin lugar a dudas que el único gran monarca más allá de la India era el Gran Kan, el esfuerzo por dar con el preste Juan en África comenzó en serio. En 1520, Portugal envió una delegación a Etiopía para concertar una alianza con este príncipe inmortal contra los mercaderes árabes que entorpecían el comercio de las especias. Al llegar, se encontraron con que el monarca etíope jamás había oído mencionar al preste Juan.
Aunque pudo haberse tratado de un fraude medieval, cada fraude porta en su seno las semillas de la verdad. ¿Pudo haber existido algún obispo copto o nestoriano llamado Juan, gobernante de algún diminuto señorío, cuya reputación fue magnificada para infundir temor a sus enemigos?

Esta vía de especulación fue reforzada en 1994 por un artículo de J.J. Snyder aparecido en la revista World Explorer (Vol. 1, No. 4) titulado The Mysterious Egyptian Castle-Fortress (El misterioso fuerte-castillo egipcio). El autor afirma que mientras pilotaba un avión cosechador desde el Sudán hasta la egipcia Aswan, tuvo la oportunidad de sobrevolar un “castillo negro como una fortaleza” que dominaba una pequeña colina y que contaba con “dos almenas que apuntaban hacia el sur” en la sección mas árida del desierto nubio en la frontera sudanesa. Mientras que ninguno de sus colegas aviadores pudo confirmar su avistamiento, Snyder tuvo la sensación de que la estructura “estaba vacía...y que pudo haber estado abandonada por cientos de años, acaso más”.

¿Un truco del paisaje, producto de algún juego de luz y sombras? Quizás. Pero, ¿y si el preste Juan hubiera sido menos rey y más un jefe como “el viejo de la montaña” que regía a los Asesinos? ¿Pudiera haber sido la ciudadela vista por Snyder la ciudadela “perdida” de este personaje medieval. Una posibilidad encantadora, a pesar de ser poco factible.

Ciudades perdidas – físicas y metafísicas

Las leyendas sobre la existencia de esta ciudad perdida prehumana resultaron ser ciertas. Pero aún más sorprendente que sus muros ciclópeos de piedra desconocida, que la geometría precisa y extrahumana de sus calles radiales y edificios sin ventanas, los seres monstruosos que ambulaban por esta obra maestra de un genio muerto hace edades, era que Arellarti no era la ruina muerta que habían retratado las leyendas....

--Karl Edward Wagner, “Bloodstone” (1973)


Cuando cortamos los vínculos que nos unen a la historia, o aún con el folklore, nos exponemos al riesgo de ser arrastrados por las poderosas corrientes de la especulación que nos acercan cada vez más al misticismo. El mejor ejemplo de esto puede verse en las creencias de algunos autores iberoamericanos, entre ellos Guillermo Terrera, quienes han inventado una cosmología entera de ciudades perdidas y de parahistoria.

Terrera hace distinciones muy claras entre las ciudades perdidas “verdaderas” y las que son puramente metafísicas (las subterráneas y las que podemos suponer extradimensionales), aunque estas no son menos reales que las ciudades de los mayas, incas o aztecas. Entre las urbes metafísicas figurarían Thule, Agharthi y Shamballah, aunque el eje central de esta cosmología heterodoxa lo sería el mágico Cerro Uritorco. “El enlace entre el conocimiento de los indios Comechingones y sus creencias ancestrales”, nos dice Terrera, “fue comprobado por el hallazgo del legendario Bastón de Mando o Piedra de la Sabiduría en 1934 por Ofelio Ulises, justo después de su regreso de la ciudad tibetana de Shamballah (¡!) en la que estudió por ocho años. Fue precisamente en esta ciudad que se le mostró la localización del báculo de basalto cuya construcción había sido encargada por el jefe Multán hace ocho mil años”.

Es natural que los planteamientos de Terrera nos sean difíciles de digerir, pero su forma de pensar no es única. El francés René Guénón postuló la creencia de que la geografía no toma en cuenta los pliegues o “arrugas” que pueden producirse en la superficie del mundo. Denominando estas irregularidades con el nombre de dwipas (palabra de origen hindú), siete de las cuales pueden ser accesadas por los iniciados. Al menos uno de estos mundos está habitado y contiene la ciudad del “rey del mundo”, un lugar en dónde sobreviven las tradiciones sagradas y dónde los iniciados van a someterse a prueba. Guénón también nos dice que las sociedades secretas de nuestros mundo han jurado vedar a los legos el conocimiento de cómo pueden alcanzarse estos lugares. A costa de sus vidas, si hace falta.

Aún persisten indicios de que América del Sur pueda contener ciudades perdidas que son perturbadoramente “reales”. Un evento de alta curiosidad tomó lugar a fines de la década de los ’60 mientras que Louis Pawels concluía su obra clásica La rebelión de los brujos. Su coautor, Jacques Bergier, había recibido una enigmática muestra de mineral de parte de una empresa minera brasileña llamada Magnesita, S.A. que buscaba derivados del magnesio para el uso en una variedad de procesos metalúrgicos. Miguel Cahen, gerente de la empresa, había enviado a Bergier una muestra de un extraño cristal hallado en los márgenes de la misteriosa región del centro de Brasil conocida como “la tierra prohibida”. Bajo análisis, el fragmento resultó ser un fragmento de carbonato de magnesio de transparencia y pureza inigualadas y “con propiedades sumamente curiosas en el espectro infrarrojo, emitiendo radiación polarizada”, según agrega el mismo Pawels. Puesto que el cristal no coincidía con nada en los textos de mineralogía, Bergier remitió la muestra a una agencia del gobierno francés, que se pronunció favorablemente sobre el origen artificial del cristal. No pudieron realizarse pruebas adicionales a falta de más muestras de la extrañilla sustancia.

La “tierra prohibida” en que se encontró esta anomalía no es otra sino la región que yace entre los ríos Amazonas, Tapajós y Xingú en el seno del Brasil, fuente de tantos rumores y contradicciones. El escritor / explorador Alpheus Hyatt Varrill jamás franqueó los lindes de esta “tierra prohibida”, creyendo a pies juntillas que de hacerlo, moriría. Pero a lo largo de su vida, hasta su muerte en 1964, Varrill manifestaba la creencia de que civilizaciones extraordinariamente adelantadas habían existido en América del Sur que algún día se conocerían sus restos. Al igual que el desventurado Percy Fawcett, Varrill defendía la existencia de la “ciudad Z”, una legendaria ciudad perdida dentro de los confines de esta región.

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